El pregón del Mercado Medieval reivindica la artesanía del oficio carnicero

José Vicente Donat ha inaugurado oficialmente el Mercado Medieval con su pregón pronunciado desde el balcón de la Sociedad de Festeros y frente a una Plaza de Bajo donde la gente combatía el frío de la tarde con ganas de disfrutar de una iniciativa que llenará los calles y plazas del centro histórico de la ciudad durante todo el fin de semana.

Un pregón planteado por José Donat, “como mercader que soy” según sus palabras, al que partía de un recorrido por vivencias personales relacionadas con el mercado y la fiesta desde el año 1995 hasta la fecha, para después introducir referencias históricas a la evolución de la tradición del gremio de carniceros, ya los cambios respecto de unos tiempos “en los que todo se hacía de forma artesanal, como la mayoría de productos que se pueden encontrar en este mercado”.

Aquí un fragmento del parlamento pronunciado:

“El mundo ha cambiado y nosotros con él. Las leyes del mercado son las que son. Me explico, papá se ocupaba de buscar animales para sacrificar entre los ganaderos de las poblaciones vecinas. La carne tenía una clara procedencia local, productos de proximidad que ahora dicen. Como decía antes, las cosas son cómo son. En la actualidad las grandes superficies ofrecen carnes procedentes de países europeos: corderos italianos y franceses; ternera de la raza Angus de Argentina o de Australia y el toro Kobe, de Japón”.   

“Eran unos tiempos en los que se mantenía una estrecha relación entre el vecindario, todos se conocían. Las puertas de las casas estaban abiertas, entrabas y avisabas tu presencia con el saludo ¡Ave Maria! En las noches de verano, buscando la frescura, se plantaban sillas en la puerta de las casas y la gente intercambiaba conversaciones. Ayudaba a que no había circulación de coches con los molestos ruidos. El medio de comunicación oral era primordial en las relaciones humanas, por supuesto que no existían las redes sociales. Ahora, para muchos indispensables. Una íntima convivencia que también se extendía a otras actividades, hablo de la matanza del cerdo. Muchas de las casas del pueblo eran unifamiliares y contaban con corral. Allí criaban gallinas y conejos, y muchos durante un año alimentaban a un gorrino -un beicon o un De la vida, como desee llamarlo-. Al llegar el frío vendía un matarife y lo sacrificaba. Con la carne elaboraban embutidos de toda clase, salaban los jamones y lomas (los selectos embutxaos), y en orzas llenas de aceite -los frito– conservaban costillas, hígado y otras partes. Era un trabajo que necesitaba buena mano de obra y que se compartía con el vecindario. Una vez finalizada corría el turno y las mujeres ayudaban en la matanza a otra vecina. ¡Autoconsumo sostenible en estado puro!”