Los Cacahueros, una estirpe ambulante

Autores: Jordi Mollà y Quique Mollà. Grupo para la divulgación del patrimonio cultural, material e histórico: Ontinyent Rural.

Nuestros padres ya le llamaban El Cacahuero y, antes que ellos, también lo hacían nuestros abuelos. Lo que nunca os habrán contado es cómo y por qué este apodo se ha convertido en el propio de una estirpe que arranca a finales del s. XIX en Valencia. Y como nuestro pueblo se convirtió en la cuna de una historia que pellizca una parte de nuestra memoria y nuestras vivencias y que habla de una parada llena de regaliz, manzanas de azúcar, píldoras, golosinas, frutos secos, juguetes, chufas , coco o globo de todos los colores y tamaños, como una parte insoslayable de la fiesta.

Todo empezó en Cap i Casal a finales del s. XIX. Allí nació y vivió Pedro Calvet, el primero de los nombres que asociamos con esta estirpe. Calvet se casó con Teresa Alcaraz y, fruto de ese matrimonio, nacieron dos hijas. Una de ellas se llamaba María. La otra, de la que desconocemos su nombre, nació con una deficiencia mental.

A Pedro le deben sus descendientes el oficio y también el apodo que, dicho sea de paso, le viene dado por su quehacer diario. Fue el primero en dedicarse a la venta de frutos secos y golosinas. Con los años el negocio creció hasta generar unos ahorros que le llenaron de posibilidades. Gracias a ello pudo adquirir un edificio en Valencia en el que ubicó una tienda, un espacio para el almacén y todos los atifells necesarios para poder desarrollar su trabajo con normalidad.

Corrían tiempo de esplendor, pero ese edificio acabó derrumbando por aluminosis. Una derrota material y moral de la que Pedro no logró resarcirse nunca. Porque ese derrumbe no pasó por encima, sólo, del negocio. También arrastró al hombre que lo regentaba. Locura o depresión, esto no tiene importancia. Lo cierto es que hay pocos datos que explican la etapa final de aquel primero Cacahuero.

Maria Calvet Alcaraz, hija de Pedro y Teresa, representa la continuidad de aquel negocio que había puesto en marcha su padre. Y lo hizo en Ontinyent, a donde había venido para casarse con Vicent Pastor Francés. El hombre vivía afectado por una cojera que le impedía desarrollar muchos de sus trabajos. Por este motivo María encontró en el negocio de su padre una posibilidad de dar a comer a su familia. Decidida y valiente como sería, construyó un carro de madera y, una vez terminado, lo encaramó con un letrero que le daba nombre: 'La Cacahuera'. Un homenaje a su padre ya la estirpe que, sin darse cuenta, acababa de establecer con ese gesto del todo espontáneo.

Poco después de abastecerse del carro a María se la vería trajinando por caminos polvorientos y carreteras mal aseadas. Cameando en jornadas inacabables en torno a los pueblos del Valle de Albaida que celebraron fiesta. Un camino que recorría sola mientras empujaba aquel carro de madera cargado de cacaos, pílas, globos y todo lo que le había enseñado a vender su padre.

Pero María era mujer y, como tal, no estaba bien visto que fuera de pueblo en pueblo (aunque fuera para trabajar) y que lo hiciera sola. Encima en un trabajo que lo exponía de cara al público. No fue ésta una cuestión menor. Tampoco una anécdota sin importancia. María tuvo que sufrir en carne propia el rechazo de la familia de Ontinyent. Apenas tenía tiempo para llegar al cercano pueblo que anunciaba fiesta mayor.

Y así sucedió la vida hasta que la muerte la sorprendió en esa casa de la calle del Trinquete de Mayans núm.3. Algo que obligó al marido, Vicent Pastor, a hacerse cargo del negocio. No en vano se había demostrado que era la mejor de las opciones que tenía a su alcance para poner un plato sobre la mesa. Así que cogió el carro y empezó a hacer lo que su esposa había llevado a cabo durante tanto tiempo. Pero a Vicent, la cojera le impedía soportar las jornadas maratonianas que la mujer había puesto en marcha. Así que se dedicó a vender en Ontinyent y, también, a algunos pueblos de alrededor. Pero huyendo de las exigencias que su físico dañado no le permitían cumplir. Fuera como fuera, es más que probable que muchos de nuestros lectores todavía lo guarden en la memoria en forma de imagen. No en vano, ha sido durante mucho tiempo una de las estampas más singulares que han caracterizado la fisonomía humana de la Calle Mayor, donde solía pasear el carro para atender a los clientes.

La tercera generación de los Cacahueros es la formada por el matrimonio José Maria Pastor Calvet y Carmen Calabuig Cucart. José Maria Pastor era el hijo de Maria y Vicent y, al casarse, se encontraba trabajando en la fábrica de Mompó. El problema fue que el jornal que recibía no era suficiente para dar a comer a los 6 niños que el matrimonio había engendrado y Carmen decidió dedicarse al negocio de los Cacahueros. Y lo hizo siguiendo los consejos de su suegra: “Tú vende globitos y comerás”. Desde ese momento que Carmen pasó a ser conocida, también, con el apodo de la Cacahuera.
Carmen se aliñó una cesta y la rellenó de cacaos, regaliz y todas aquellas cosas que ya eran comunes entre los Cacahueros. La mujer se dedicó a proveer a los clientes locales que la encontraban en cada fiesta que el pueblo celebraba.

Y llegó un día en que la historia del matrimonio dio un vuelco. Resulta que la fábrica de Mompó, aquella en la que trabajaba José Maria Pastor, cerró. El hombre se quedó sin trabajo. Ante aquella situación decidieron que ambos se dedicarían al negocio propio de los Cacahueros. Pero para que esto fuera posible debían ir más allá de esa cesta que tanto les había ayudado. Fue entonces cuando optaron por construir un carro como el que había arrastrado por todo el Valle Maria Calvet. Pronto materializaron una idea que les iba a reportar popularidad y beneficios a partes iguales: el juego de 'La rodeta'. El éxito de ese ingenio les reportó los beneficios necesarios para adquirir una parada.

Además, José María adquirió una Lambretta, lo que le permitía realizar desplazamientos para ir a vender a cualquier pueblo vecino y que le hizo vivir una anécdota con su hija Maria Modesta, que se recoge en el artículo íntegro que se puede encontrar en la página web www.ontinyentrural.com.
El siguiente paso que José Maria Pastor y Carmen Calabuig dieron en el negocio fue el de abrir una tienda en la calle Maians. Allí mismo, en el número 73, alquilaron un edificio que les sirvió para vivir y trabajar a la vez. En la planta baja estaba la tienda “La Onteniense” en cuyo rótulo rezaba 'Baratijas la Onteniense, helados y frutos secos'. Toda una declaración de intenciones. La tienda permaneció abierta desde finales del sesenta (67-68) hasta principios del año 1982.

Vicent Pastor, hijo de Jose Maria y Carmen, representa en la actualidad la última de las generaciones de los Cacahueros. Acostumbraba a realizar rutas diferentes y adaptaba el contenido de la parada, en función del momento del año. Con la llegada de la Covid-19, como hicieron sus antepasados, Vicent se reinventó. Y lo hizo dirigiendo ese negocio ancestral hacia las nuevas tecnologías. 

A toda historia le llega su fin. Y esta de los Cacahueros no será ninguna excepción. Porque con Vicent la estirpe escribirá su punto final. Ya nadie volverá a ocupar el interior de esa parada que siempre aparece en su rinconcito de la calle de Sant Antoni cuando llegan los tiempos de las hogueras; o en la Plaza del Barranquet cuando la Purísima celebra sus fiestas. Atrás quedarán los tiempos difíciles y los de esplendores.