La familia emprendedora del bar Jauja

Ontinyentrural.com, Jordi y Kike Mollà, profundiza en una familia muy conocida en la ciudad y ofrece un extracto de su trabajo de investigación dentro de la serie 'Temps era temps. Ontinyent a la memòria', que se remonta a los fundadores del “bar del pueblo”, el bar Jauja.

Entre los motivos que ayudaron a la creación del Bar Jauja, en 1948, destaca uno: la celebración de la partida de pelota en la calle Altet de Sant Joan. Por aquel entonces las partidas congregaban a mucha gente, tanto de jugadores como de público asistente.
La afluencia era tan notoria que a Francisco Martínez Bolinches le vino el pensamiento. Resulta que se hizo costumbre, mientras duraban las partidas, que se les arrimara mucha gente para pedirles a la familia una silla para descansar, algo para beber… así que Francisco, pidió la carpintería familiar, 'Muebles Martínez' , que le hicieron una barra. ¿Cuál sería la sorpresa del público asistente cuando se encontraron una barrita de madera provista de todo lo que necesitaban y algo más: bebida y aperitivos helados. Poco después incorporaron a la carta habitas, sangre, hígado y los callos que, con el tiempo, se han convertido en una de las señas de identidad del bar Jauja. Es decir, que desde el principio los comensales ya contaban con la cocina que se ha convertido en un símbolo de nuestro pueblo y que todavía hoy se ofrece como un tesoro. A los dueños de aquel establecimiento medio improvisado se les había dado trabajo. Tenían que atender la barra los días de fiesta, atender a la crianza de los tres hijos: Francisco, Vicente y Ramón Martínez Boscà, y también acudir allá donde fuera para abastecerse de los víveres.
En esa primera etapa, el establecimiento sólo abría los fines de semana. El resto del tiempo permanecía cerrado porque ahí dentro estaban las máquinas de dicha carpintería.

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La familia regentó un tercer negocio en aquellos momentos: las baldosas hidráulicas. Una empresa que Francisco Martínez Bolinches puso en marcha justo después de dejar el negocio de la carpintería. Haríamos bien, llegados a este punto, de reconocer la naturaleza emprendedora de Francisco Martínez Bolinches y, también, la ayuda inestimable de su mujer, Paquita Boscà Sampedro, que siempre le apoyó. La esposa fue una pieza fundamental que ayudó a mantener en marcha el engranaje de los diferentes negocios pero también de la familia. Otra de esas mujeres valientes que trabajó dentro y fuera de casa, de forma decidida y valiente. La trayectoria de la empresa de baldosas hidráulicas duró hasta que las innovaciones del sector les dejaron en el andén.
La incertidumbre del camino a recorrer se topó con el empuje que estaba cogiendo el bar. Esta confluencia hizo que Francisco Martínez decidiera cerrar la vía de los azulejos para centrarse en aquella otra que parecía decidida a llegar a buen puerto, con la ayuda de su hijo Santi.
Sin embargo, antes debía buscarse un nombre que le fuera adecuado. El nombre del bar tiene relación directa con la ciudad homónima que hay en la meseta del Perú y con la expresión popular 'Esto es Jauja', con connotaciones positivas que se relacionan en un tiempo o un espacio agradable y de buena estancia.
La segunda etapa del bar Jauja comienza en 1953. Resulta que a Francisco Martínez Bolinches le tocó la lotería. No fue mucho dinero, pero supo sacarles un buen provecho. Así llevó a cabo la primera de las reformas de ese edificio primigenio. Esto ocurrió entre el año 1956 y el 1958 y con ella cambiaron por completo la fisonomía del inmueble, transformando la vieja casa en un edificio moderno. Sin embargo, los cambios no se detuvieron aquí. Aprovechando aquella reforma habilitaron la planta baja para ubicar el bar y, una vez hecha la obra, lo arrendaron a Rafael Morales. El hombre regentó el establecimiento durante un período corto, cuatro o cinco años. Durante ese tiempo la familia Martínez se centró en el negocio de las baldosas. Pero con el tiempo apareció la decadencia. Fue por esa causa que Francisco propuso al hijo llevar ellos el bar. Y dicho y hecho, poco después el bar Jauja pasó a ser regentado por Francisco Martínez Bolinches y Santi Martínez Boscà. Con el nuevo tiempo que se vislumbraba llegaron los cambios. Convirtieron esa barra inicial, en un local que reunía todas las comodidades que merecían los clientes y necesitaban a los trabajadores. El establecimiento, además, ofreció sus servicios todos los días. La cosa, pues, iba cogiendo forma. Y así fue como padre e hijo, con la ayuda de una hermana de su madre, el tío Nisio y un par de carpinteros que les ayudaban los fines de semana, pusieron en marcha esta segunda etapa en la que se consolida y profesionaliza el negocio .
En 1974 se inició una nueva etapa en el bar Jauja. Ese año se jubiló Francisco Martínez Bolinches y Santi, el hijo, se hizo cargo en solitario del negocio que había ayudado a montar y hacer crecer. Nada le venía de nuevo. Y prueba de ello fue la actitud con la que encaró los nuevos tiempos que ya tocaban en la puerta. De resultas de esto nació la segunda reforma del inmueble. Corría el año 1989 y convirtió ese edificio en el inmueble que todos hemos conocido. O, al menos, la parte baja de la misma, puesto que, entre los objetivos que se percazaban, estaba el de separar la casa propiamente dicha del bajo donde se ubicaba el bar. También supo mudarle la cara al establecimiento, imprimiendo ese aire moderno que se ha convertido en tradición y que todos le hemos conocido hasta hace cuatro días.
Sabedor cómo era Santi que no hay ningún negocio que pueda quedarse quieto, decidió emprender otro camino que también recorrió antes que nadie. Por aquel entonces unos pocos clientes de confianza acostumbraban a llevarse la comida para llevar. Y lo hacían en fiambreras hechas de lata que debían devolverse. Hasta que un buen día, Santi se fijó que los del quiosco de Ca Joaquinet vendían la nata en botes. Entonces se le volvió a encender la bombilla. ¿Y si hacía él lo mismo? Para probar que no quede. Y fruto de ese espíritu del que nada tiene que perder salió una iniciativa que se quedó como uno de los servicios esenciales del bar.
Las cosas venían bien dadas. Buen viento parecía empujar aquella barca que daba cobijo a quien le pidiera. Como esas comparsas que también han llegado a servir, la primera de ellas, la de los Moros Españoles. Pero la realidad era la que era y el bar Jauja también se encontraba a merced de la evolución de un pueblo que nada tenía que ver con aquel que había visto nacer el bar. La expansión de la ciudad dibujaba otros polos que se alejaban de la plaza de Sant Domingo. Consciente de este hecho Santi concursó por una concesión que el Ayuntamiento de Ontinyent había sacado a subasta encima cerrado. Se trataba de un local que había en el parque del Maestro Ferrero, lo que en ese momento era la parte más nueva del pueblo. Santi hizo su apuesta y al remate aquélla fue la ganadora. Esto ocurrió en 1998. El Jauja se mudaba con un apellido 'Jauja Parc' para atravesar el pueblo y situarse hacia allá donde éste basculaba.

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Santi y Maria Elena Vidal, su esposa, nunca inculcaron a los hijos la continuidad del negocio. Pero todo cambió el día que el más pequeño, Jordi, le dijo a su padre que quería estudiar repostería. Esto no aseguraba la continuidad del negocio, pero era lo que más se le parecía. Y así pasaron los años hasta que llegó la fecha definitiva. Aquella que marcaría, no sólo la continuidad del bar Jauja, sino también el revulsivo que en adelante necesitaría. Fue en 2005 cuando los dos hijos, David y Jordi Martínez Vidal, le comunicaron a su padre la decisión de continuar con el negocio familiar. Santi aceptó encantado. En adelante sería la decisión conjunta de David y Jordi la que marcaría el devenir del negocio.
Su primera apuesta fue cambiar el nombre y el concepto del bar que tenían en el Maestro Ferrero. Así ocurrió a llamarse 'Zoco'. Más adelante, en 2018, los hermanos Martínez Vidal llevaron a cabo la última de las reformas que ha sufrido el edificio del Jauja. La nueva fisonomía del local navega entre la modernidad y el recuerdo. Hoy en día, dar un paseo por su terraza es confirmar el éxito de modelo que llevaron a cabo los actuales propietarios. En las mesas frecuentan diferentes generaciones de clientes que se encuentran muy a gusto entre la tradición y la modernidad que ofrece en la actualidad. Un equilibrio difícil de conseguir y que hoy es una de las señas de identidad del bar Jauja.