La peor cara de la pandemia: los entierros en soledad

La normativa decía que sólo tres personas podían estar presentes durante un soterramiento. A Amparo, una vecina de Ontinyent, esta cifra nunca se le olvidará. Su padre faltó el 1 de abril. Ella, sus dos hermanas y su madre sumaban ya cuatro.

“Perder a alguien es muy doloroso y duro, pero hacerlo en estos tiempos es más. Todo muy frío, mucho daño”, explica. Amparo entiende que las normas son las normas, pero también piensa que la incidencia del virus en Ontinyent no ha sido descontrolada ni ha sido tan grande como en otras ciudades del país. Por eso, quizás, sólo una persona más no hubiera supuesto un gran peligro para la salud pública y sí que habría sido muy importante para esta familia. Teniendo en cuenta que el hombre no murió a causa del coronavirus.

Ante la tesitura de quien sería la persona que no entraría en el cementerio, finalmente Amparo y una de sus hermanas se quedaron fuera, para que ninguna de ellas se quedara sola en esos momentos tan duros, mientras que la otra hermana acompañó a su madre. La familia tiene palabras de agradecimiento hacia el cura, que al ver la triste situación celebró el responso en el exterior del cementerio. La escena absolutamente desoladora, con un féretro sin abrir, sin haber podido vestir a su padre muerto y sin flor alguna. A las puertas del cementerio, una mujer, tres hijas y un cura.

Sin embargo Amparo se siente en cierto modo afortunada. Estuvieron un mes en el hospital, "los protocolos de seguridad iban cambiando día a día, y nosotros nos iban adaptando a todas las medidas que se iban implantando". Su padre mejoró y le enviaron a casa. Una vez en su domicilio la situación volvió a empeorar, pero su padre pudo pasar sus últimos momentos en su casa y acompañado por su esposa y sus hijas. "Es muy duro, pero luego piensan en esa gente que ha muerto solo en el hospital y ves las imágenes del Palacio de Hielo de Madrid, y piensas que hay personas que han vivido esta situación de una manera más complicada todavía" .

SIN TIEMPO PARA ASIMILAR
“Mi abuela faltó un sábado, y ese mismo día fue incinerada”. Éste es otro caso, el de Olga, quien explica que la situación fue tan rápida y en un contexto de aislamiento social que apenas ha tenido tiempo para asimilar que ha muerto “una de las personas más importantes de mi vida” . Su abuela faltó el 25 de abril en el Hospital de Ontinyent. Tampoco fue debido a la Covid-19. Ese mismo día fue trasladada a Xàtiva para ser incinerada.

En ese caso pudieron asistir un total de seis personas y les permitieron abrir el féretro, pero sin acercarse. Lo que sí fue similar al caso de Amparo es el hecho de no poder vestir a la persona fallecida con su ropa o enterrarla con alguna joya u objeto especial. Tampoco pudieron ofrecerle unas flores y aunque en un principio le habían comunicado a la familia la presencia de un cura, finalmente éste no asistió. “Que se te muera alguien es duro pero en estas condiciones, que no puedas abrazar a tus familiares es muy triste. Mi abuela no merecía morir así”, explica Olga, unas declaraciones que son muy parecidas al testimonio de Amparo. Después, esta familia pudo llevar las cenizas al cementerio de Ontinyent, donde al igual que en el primer caso, sólo pudieron estar presentes tres personas.

MISAS EN RECUERDO
Con la llegada de la desescalada los protocolos y medidas de seguridad han ido relajándose. Ahora, en Fase 2, está permitido que asistan a un velatorio o enterramiento hasta 15 personas. Además, las iglesias han vuelto a ofrecer servicios y aunque sólo puede ocupar un 30% de su espacio y los familiares y amigos deben ir con mascarilla, muchas son las familias que están organizando misas en honor a sus seres queridos que han faltado durante esta pandemia.

“Mi padre era un hombre muy conocido y activo en el mundo de la fiesta, queremos que tenga un despido como merece”, explica Amparo, cuya familia celebrará a finales de este mes una misa en su recuerdo.