Los ciudadanos del Este recuperan los entierros en las fosas de tierra

Juanjo Conejero, trabajador del servicio municipal, y Mercedes Pastor, concejala del Cementerio, ayer.

Entre los pasillos que dejan las tumbas, Juanjo Conejero recorre el patio 2, donde existen hasta 329 fosas y reconoce que la gente "tiene dificultad para interpretar el cementerio". Juanjo Conejero es uno de los funcionarios adscritos al servicio municipal del campo-santo ontinyentí. Señala uno de los objetos que se encuentran después de una de las tumbas. Una sartén en la que se queman papeles y hierbas aromáticas. Es uno de los rituales asociados a las honras fúnebres que siguen a los ciudadanos del Este para recordar a sus muertos. Durante cuarenta días consecutivos realizan acto de presencia. Todos los días. A veces estos ritos, vinculados a la religión ortodoxa, chocan con los hábitos y costumbres locales. Se hace raro.

Pero el patio 2, el de las fosas de tierra, está siendo acaparado por estos ciudadanos inmigrantes que llegan a Ontinyent y aquí dejan su vida. En los últimos años, en concreto desde 2013, se han producido hasta 9 entierros en el suelo, algo que se había vuelto inusual, una práctica que fue decayendo, hasta casi desaparecer, a partir de la década de los años ochenta del siglo pasado. “Ellos, por su creencia, son partidarios de dar tierra a sus fallecidos”, puntualiza la concejala delegada del Cementerio Mercedes Pastor refiriéndose al auge que esta modalidad ha ido adquiriendo entre los llegados desde el antiguo telón de acero. La concejala y el operario pasean entre mausoleos de mármol que han ido rompiendo la línea horizontal de este espacio. Entre los enterrados en este siglo apenas se encuentran ciudadanos locales. Un joven de veintiocho años muerto en 2002. Un anciano de noventa y siete años. Predominan búlgaros, rumanos, armenios.

Desde 1943

El patio 2, en el que se ubican las fosas, se remonta casi a los primeros años de esta nueva instalación. En 1943 está datado el primer entierro en el suelo. En aquella época convivió la ocupación simultánea de fosas y nichos. En este patio hay zonas en las que todavía quedan muchas lápidas blancas, reflejo de la pobreza y de las condiciones de salud de aquella amarga posguerra. Son entierros, sobre todo, de niños recién nacidos que no sobrevivían apenas en una época tan dura. Cabe recordar que el índice de mortalidad alcanzó el 10% entre los años 1944 y 1945 (en la actualidad apenas es del 0,27%). El cementerio es una narración abierta que relata aspectos, a veces sórdidos, de nuestra forma de vivir y morir. En este patio, algunas fosas contienen los miembros amputados en el hospital a algunos pacientes.

Durante muchos años, además, llegar a la tumba no era tarea fácil. No existía la puerta que da acceso directo a este patio 2. Se bajaba el féretro a brazo, por las escaleras del patio superior donde está la entrada principal a la instalación. Algunas cosas, sin embargo, no han cambiado. Cada entierro en fosa obliga a casi una jornada en la que los trabajadores municipales cavan en tierra y, en el momento final, descienden el ataúd con cuerdas entre cuatro personas.

Remodelación

Otras cosas sí han variado. Por ejemplo, el aspecto que presentan las 324 fosas. Todas ellas alineadas, bien acotadas, uniformes en una extensión de 3.300 m² en la que los nichos ya están todos ocupados. "Fue uno de los objetivos cuando accedí a la concejalía", explica Mercedes Pastor "porque se producían situaciones inconvenientes en las que la gente paseaba por encima de las tumbas porque no sabían dónde estaban exactamente". Fue a partir de 2015 cuando se decidió acometer la degradación que presentaba este patio y revertir su situación. Hoy luce como cualquier campo-santo europeo.