Realmente, ¿sirve el castigo a nuestros hijos?

Realmente, ¿sirve el castigo a nuestros hijos? El Periódico de Ontinyent - Noticias en Ontinyent

Geny Diego
Coach especializada en familias y adolescentes.
Educadora Certificada de Disciplina Positiva por la Positive Discipline Association

El castigo es una herramienta que forma parte de la educación en muchas familias y sus padres la aplican cuando quieren corregir una conducta inadecuada o para acabar con un conflicto.

Pero, ¿realmente, por qué castigamos? Unas veces queremos cortar en el momento y de forma rápida una conducta o comportamiento. El castigo nos da a los padres la sensación de poder, de estar por encima de ellos. Otras veces, lo utilizamos porque no tenemos más herramientas y no sabemos qué hacer para acabar con esta situación o conducta. Es lo que hemos aprendido en casa y lo seguimos aplicando con nuestros hijos.

Realmente, el castigo tiene el poder de corregir un comportamiento en segundos. Es así porque se acciona el mecanismo de obedecer por miedo a que me vuelvan a levantar el móvil, que no me dejen salir… pero no por haber entendido la importancia de corregir lo inadecuado de una conducta.

Sin embargo, también tiene el poder de justificar nuestra impotencia como padres, nuestra rabia y frustración. Nos da el poder de pensar que para que nuestros hijos aprendan algo, primero hay que hacerles sufrir por lo que han hecho con un castigo que les duele. Olvidando que nuestro trabajo como padres es reorientar la conducta y no vengarnos por lo que hayan hecho. Olvidamos enseñarles qué aprender de la situación en vez de pagar por ella.

Como dice Jane Nelsen en su libro 'Cómo educar con firmeza y cariño' “De dónde sacamos la loca idea de que para que los niños mejoren primero debemos hacerles sentir peor”.

El castigo tiene el poder de mermar la autoestima de nuestros hijos. ¿Cómo? En la medida en que ellos se sienten mal por habernos defraudado, porque se sienten frustrados, se sienten impotentes… o los etiquetamos diciendo “eres malo”, ”te llevas fatal”, ”me has avergonzado ante…”. Les hacemos sentir culpables con frases como “por tu culpa…”, ” ya te lo dije…”, ” es que nunca escuchas lo que te digo…”

El mensaje que transmitimos es si te equivocas, en vez de ayudarte a reorientar tu conducta y autorregularte en tu volcán de emociones, yo te castigaré para que aprendas.

Para que aprendas, ¿a qué? ¿Qué deben aprender con el castigo? Sin salir, sin relacionarse con sus amigos, sin móvil, sin tablet… sin algo que les guste… ¿Nos hemos parado a pensar a los padres qué estamos consiguiendo con esto?

Y, a pesar de todos estos poderes que acabo de citar sobre el castigo, nuestros hijos siguen repitiendo estas conductas inadecuadas, así que no nos queda otra opción que ir subiendo la intensidad del castigo, y por tanto, buscar cada vez algo que les fastidio aún más, a ver si así ya deja de hacer eso que queremos corregir.

Una de las peores consecuencias del castigo es que estropean el vínculo con nuestros hijos, promueven la desconfianza, nos mienten…

Vale, y si no castigo, ¿qué hago? ¿Les dejo hacer lo que quieran y apruebe todo lo que hagan?

Entre castigar y dejarles hacer lo que quieran, está la Disciplina Positiva que aboga por corregir, educar, establecer normas y límites con firmeza a la vez que con cariño.

La Disciplina Positiva no pone el foco sólo en los niños o adolescentes, sino también en los padres. A diferencia del castigo, aquí los resultados se ven a largo plazo, deben entrenarse y hay que “entrenar” juntos, padres e hijos.

La Disciplina Positiva propone que nos interesemos por qué, por ejemplo, nuestro hijo o hija ha llegado tarde, por qué ha enganchado a su hermano, por qué nos faltan al respecto. ¿Qué les ha llevado a obrar así?

Además, propone buscar alternativas de forma conjunta, implicando a nuestros hijos en la búsqueda de una alternativa a esta conducta inapropiada.

Se trata de escuchar, dialogar, respetar, reparar y, sobre todo, de responsabilizar en vez de culpar.

Así como en el trabajo nos reciclamos, hacemos cursos… en la educación también debemos invertir tiempo, es necesario aprender y formarse. El motivo lo merece, ¿no crees?

Sé que no es fácil ni es el camino más rápido, pero estoy convencida de que por ser unos buenos guías para nuestros hijos, ellos necesitan que les escuchemos, que tengamos en cuenta su opinión y esas emociones que ni ellos mismos entienden. Así que le animo que la próxima vez que vaya a castigar, piense por un segundo, qué ha de este comportamiento y cómo se puede corregir desde el respeto y sin culpar. La serenidad familiar no consiste en carecer de conflictos con nuestros hijos, mejor consiste en ver dónde estoy poniendo el foco cuando surge el conflicto.

Para saber más

www.disciplinapositivaespana.com

www.positivadisciplina.org

www.disciplinapositiva.com

Cómo Educar con Firmeza y Cariño, jane nelsen